El peronismo es un movimiento pasional. Basta repasar su historia, que tiene hasta santas apócrifas como Evita. No es un partido de programas racionales, aunque puede incluirlos. Su motor es la construcción de una saga de luchas épicas, siempre desde el lugar de los débiles que se alzan frente al poder. Pero sobre todo, el peronismo es una máquina de apropiarse y producir símbolos. Así, los caudillos federales ahora son peronistas y desde el paso de Cristina por el poder, también Belgrano es peronista. Perón y Evita, Néstor y Cristina y ahora Cristina-Evita.
No hay muchos movimientos políticos en el mundo de hoy con una capacidad tan desbordada para producir imágenes, relatos de luchas desiguales, angustiadas, siempre a punto de desaparecer y siempre renaciendo. De las patas en las fuentes de la Plaza de Mayo a las selfies para Instagram junto a las vallas derrotadas de Larreta. Y así se puede seguir al infinito. Tarea para semióticos del poder.